
Aparqué el coche cerca de la estación, al lado de unas casas; apenas unas pocas construcciones en torno al apeadero. El acceso es libre hasta las vías. Al otro lado, un hombre que lavaba su coche, me miró, como pensando: "otro lunático en busca de fantasmas".


Así se reflejaron los hechos en el atestado levantado por la Guardia Civil.
Visiones parecidas sufrieron los compañeros del desdichado guardia jurado, que nunca más pudo regresar a su lugar de trabajo.
Los lugareños relacionaron la aparición con la muerte por enfermedad, el mismo día, de una joven vecina del pueblo próximo de San Bartolomé de Pinares, que se bajaba del tren en aquel apeadero casi todos los días.
Me senté en uno de los bancos y noté un silencio que retumbaba en mis oídos. Busqué en los recodos y esquinas algo que me trajese unas briznas del espíritu de aquella pobre niña, pero me tuve que conformar con imaginarme su silueta flotando entre las solitarias vías de la Estación de la Cañada.
Senén Villanueva Puente
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