El vuelo de Ryanair 7257 se aproximaba a Dublín. A pesar de las aproximadamente dos horas y media largas de vuelo, seguía muy nervioso. Después de más de 30 años, iba a reencontrarme con mi querida amiga Lisa para cumplir una misión, altamente secreta y de vital importancia, que ella misma me había encomendado. No la veía desde que era un adolescente, cuando mis padres me mandaban a pasar un mes de verano a su casa, en Laindon, cerca de Londres, para aprender inglés. Era mi familia de Inglaterra, mis primos o algo así, incluso más; cada mes de julio lo pasaba con ellos y los consideraba mis parientes en igual forma que a los que tengo en Asturias. Aquel matrimonio y sus dos hijas me acogían con todo el cariño y hospitalidad irlandeses, en su modesta casita de Spurriers.
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De izda. a dcha. y de arriba a abajo: Mandy, George, Agnes y Lisa. |
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Con Gorge haciendo el imbécil. |
Una mañana, pintando los marcos de las ventanas de una amable anciana, ésta, al escuchar nuestras canciones y conversaciones interrumpió graciosamente:
—Pues seguro que a mi nieta Michelle le encantaría salir con él.
George me miró fijamente, levantando las cejas. Sólo le faltó decir "¡Eureka!". No tardaron ni cinco minutos en arreglarme una cita con la nieta de aquella anciana, para el viernes a las ocho, osea ¡dos días después!.
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De izda. a dcha. Mandy, yo y Lisa |
Menos mal que la casa de Michelle no estaba muy lejos, porque conducir un vehículo con el volante a la derecha, con la escalera pegándote en la cabeza, las latas de pintura moviéndose sin control y encima por la izquierda de la carretera, no se lo recomiendo a nadie, y menos si hace un mes escaso que has sacado el carnet de conducir. En un momento dado pensé que había olvidado el oportuno preservativo y comencé a registrarme a mí mismo soltando el volante. Casi me estrello contra un trailer.
Conseguí llegar ileso hasta la puerta, me acicalé el pelo, coloqué la cazadora sobre el hombro y llamé al timbre.
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Con los abuelos de Michelle |
—Que ya me puedes soltarme la mano.
—Ah, perdona...
—¿Nos vamos ya? ¿En tu coche o en el mío?
—Preferiría en el tuyo —respondí rápidamente.
Cuando salíamos de la casa volví a registrarme, para asegurarme de que el oportuno preservativo seguía en el bolsillito del vaquero; entonces me dí cuenta de que la madre y la abuela también salían y se subían al coche.
—No, tonto, nosotras vamos con vosotros.
En un primer momento creí que lo había traducido mal en mi mente. Cómo iban a salir con nosotros, ¡qué tontería! sin embargo, pronto me dí cuenta de que, no sólo iban a salir con nosotros sino que, efectivamente lo hicieron.
En contra de lo que pudiera pensarse en un principio, la noche fue de lo más divertida. Me llevaron a un montón de pubs y yo rápidamente alcancé el puntín simpático que te da la cerveza, así que me puse a contar chistes españoles de los de un inglés un francés y un español. Todos les hacían mucha gracia, pero yo creo que era más por lo mal que los traducía al inglés. Aquella fue mi primera noche de juerga en Inglaterra y no me puedo quejar, la pasé con tres encantadoras mujeres, aunque eso sí, abuela, madre e hija. El hecho de que no pudiese estar ni un minuto a solas con Michelle no me importó en absoluto... madre mía qué mentira más gorda; han pasado más de treinta años y sigo lamentándome por mi mala suerte.
Al día siguiente, la propia resaca me despertó. Bajé a desayunar y me estaban esperando los cuatro, en silencio, ya sentados a la mesa. "Morning", balbuceé y me senté. Me parecía como que, en su silencio, se estaban conteniendo la risa.
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Lisa, con uniforme de estudiante de enfermería. |
En el avión, los pasajeros jugaban con sus tablets y teléfonos móviles, pero yo prefería seguir saboreando mis anécdotas con los Sibley, aunque el éxito de la misión que me había encomendado Lisa me preocupaba seriamente.
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Mi entrañable George Sibley. |
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Mi querida Agnes. |
Pues bien, en una jugada en la que no llegaba a la bola blanca ni tumbado entero sobre el paño, uno de los contrarios me preguntó que por qué no usaba la pértiga.
George me la acercó sonriendo pícaramente. Yo la así con fuerza y, aunque que no tenía ni la más remota idea de cómo se utilizaba, algo me dijo que no se podía tocar con los pies sobre la mesa. Así que, ni corto ni perezoso y convencido de lo que hacía, coloqué la pértiga a lo ancho, de un borde a otro de la mesa y me tumbé sobre ella, panza abajo, eso sí con las punteras de los pies sobre la pértiga. De este modo ya llegaba a golpear la blanca y, vaya si lo hice, conseguí meter la negra en un rincón. ¡Bien, coño, bien! grité en perfecto español. Se quedaron boquiabiertos, pero lamentablemente, no de admiración. Entre amables sonrisas contenidas me explicaron varias cosas: primero, que las bolas se golpean en un orden concreto y que no tocaba meter la negra sinó la verde.
Segundo, hay que decir en qué agujero se va a meter antes de golpear y no vale introducirla de casualidad en cualquiera de los orificios. Y tercero y más importante, recalcaron el hecho de que nunca habían visto a nadie usar la pértiga de ese modo y dudaban mucho que nadie en todo el imperio británico la hubiese usado jamás de semejante y acrobática forma.George me señaló una pantalla de televisión donde se retransmitía una partida y precisamente en ese momento uno de los jugadores utilizaba ese controvertido accesorio, "un pie al menos debe tocar el suelo". Noté cómo me ruborizaba y me fui al servicio con la excusa de que tanta cerveza me hacía mear mucho. "Si todavía no hemos tomado nada", señaló George, socarrón.
Ya de vuelta, mis compañeros de partida me preguntaron qué quería tomar. Decidí que, dado que todavía no conocía muy bien las costumbres británicas, la mejor forma de quedar bien era pidiendo la consumición más barata posible, así que "one wine for me, please", un vino, por favor, igual que hacía en León cuando salía con mis amigos por el Húmedo.Volví a meter la pata, pero no lo supe en ese momento. Debería haberme fijado más en los gestos de sorpresa, o en la cara de resignación del inglés que iba a pagar aquella ronda, Francis se llamaba. Cuando el camarero acudió sonriente con una botella de vino francés envuelta en un paño y dentro de un recipiente metálico con hielo, entonces me dí cuenta. Un poco tarde, lo sé. Mi consumición le costó a Francis no menos de diez o quince libras de la época. Los británicos, irlandeses y demás gentes de esa zona, cuando están en un pub, beben cerveza, pintas de cerveza, no vino. ¿Por qué no te enseñan eso en la Escuela de Idiomas? ¿tan difícil es? Lesson one, nunca pidas un vino en un pub británico. Luego intenté jugar mal a propósito para compensar el desaguisado y así dejar ganar cláramente al pobre inglés desfalcado, cosa bastante difícil, pues no creo que se pueda jugar peor a algo. Cuando nos fuimos, vi a George que le pagaba mi consumición. Francis le decía algo así como "...and don't bring this fucking spanish again".
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Paso de cebra de Abbey Road Studios. |
to be continued... (continuará)
Quiero mas yaaaaa.
ResponderEliminarEstoy en ellooooo
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