domingo, 20 de junio de 2021

LA BITÁCORA DE LOS ARCANOS. Las mozas de Villarbón.




Dedicado especialmente a mis compañeros de fatigas musicales, ensayos, conciertos y aventuras, Begoña, Loli, Fidel y Luis.

Hace algún tiempo, tras disfrutar de una maravillosa ruta de montaña por los incomparables Ancares, me aconteció un hecho singular; uno de esos que te marcan y pasan a engrosar esa biblioteca personal de experiencias inolvidables que todos custodiamos. 

Me había deleitado con una cerveza helada en Candín mientras recordaba y escribía notas desordenadas sobre la excursión recién finalizada y ya, relajado en el coche, me puse a escuchar canciones de mi querido grupo Plaza Mayor. No suelo hacerlo, porque normalmente ensayamos todas las semanas y no quiero correr el riesgo de cansarme de nuestras propias canciones. Pero este estado de desesperante inactividad a que los artistas y todos en general, nos hemos visto sometidos, me hizo recordar que echaba de menos a mis compañeros y nuestra música. Así que, aleatoriamente, las tonadas de nuestros discos comenzaron a sonar y me sumergí en un pequeño trance.

No llevaba muchos kilómetros recorridos y los primeros arpegios de "Las mozas de Villarbón" se expandían a través de las ventanillas abiertas, cuando algo hizo que me detuviera a un lado de la carretera. No podía ser cierto lo que acababa de ver fugazmente. ¿Qué posibilidades había? ¿Una entre cien mil? ¿Una entre un millón? No lo sé, el caso es que di marcha atrás muy despacio y con mucho cuidado, para comprobar si mis sentidos no me engañaban. Me detuve ante un cartel indicador de madera, que apuntaba hacia un camino y que contenía la leyenda: "VILLARBÓN". Pestañeé varias veces, la boca entreabierta, inmóvil, la canción sonando... y recordé...

Siempre fue nuestra preferida. Los arpegios, los acordes, las armonías vocales... nos quedaba siempre tan bien... Ninguno de nosotros había estado nunca en el Villarbón de aquella canción, que llegó a ser casi mitológico. Tampoco recordábamos bien cómo había llegado hasta nosotros, pero nos preguntábamos si lo que decía la letra sería cierto y cosas así. Quizá haya gente que lea estas líneas y esté familiarizado con esta zona y estos pueblos, pero para nosotros era un bonito y sugerente misterio.


Enfilé aquel camino y, tras un buen rato de subida por pistas y trazados casi impracticables, salvo para un todo terreno (y con pericia), otro cartel de madera me dio la bienvenida. Las primeras casas de Villarbón estaban delante de mí. Dejé el coche donde pude; no quería vulnerar sus calles con el burdo ruido de un motor. Al oírme, una perrita de raza indeterminada se plantó en medio de la entrada, cual cancerbera defendiendo un tesoro y tenía toda la razón, como instantes más tarde pude comprobar. "Afortunadamente", su dueño salió al oír los ladridos. Pelo largo, unos años más joven que yo, más o menos, con ropa de andar enredando en el huerto. Me pidió disculpas, sonriendo quizás por el exceso de celo protector de una mascota tan poco intimidante. Le comenté, un poco por encima, por qué había subido hasta aquellos lares. Se sorprendió, pues conocía de sobra la canción. Su madre había nacido y fallecido allí y ahora él era el único habitante. No quise molestarle mucho así que me adentré en aquél lugar mágico. Salvo dos o tres construcciones que habían sido rehabilitadas, el resto de las casas habían sucumbido al paso del tiempo y sus muros y techumbres habían sido engullidas por una selva de castaños, cerezos, hayas, robles, acebos... y, por supuesto, zarzas y ortigas. Lo empinado de sus calles me pilló canturreando aquella letra, que por fin cobraba vida... 
"las mozas de Villarbón, todas coxean de un pe, ye por culpa del terreno que non poden ponelo bien. Por eiquí vai un camiño, por eiquí vai un sendeiro, por eiquí vai un camiño dereitiño ao fiandeiro". 
Me senté sobre los restos de una muria para disfrutar de la indescriptible belleza del paisaje. Desde aquella altura se podía contemplar toda la comarca y, a lo lejos, los Montes Aquilanos. En el fondo del valle discurría agreste pero tranquilo, ajeno a mis tribulaciones, el río Ancares.

No sé cuánto tiempo permanecí sentado, mucho seguramente, poco en cualquier caso. Cuando mi espíritu entendió que no podía absorber nada más de aquel entorno, mi cuerpo se puso en pie con la intención de, tristemente, seguir con mi vida. Digo tristemente porque aquel suave atardecer de primavera invitaba a quedarse para siempre. 

Golpeé con los nudillos en la puerta, quería despedirme. 

    -No hombre no, cómo te vas a ir ya -Darío, que así se llamaba, salió con una jarra de barro, dos vasos de los de culo gordo, un chorizo, un cacho de hogaza y una navaja- quédate un ratín a tomar un vino, no me jodas.

 -Pues no me lo digas un millón de veces -respondí sonriendo, convencido por sus irrefutables argumentos.

    -Mira, prueba, este vino. Es de Cabañas Raras, lo hace un pariente mío. Y el chorizo, ya sabes que aquí en el Bierzo el cerdo se cría con castañas.

Aquel vino no podía estar más rico, pero el chorizo era de otro universo. Seguramente no había en el mundo nada más delicioso en aquel preciso punto del espacio tiempo. Hablamos y hablamos y me contó que se había quedado en el paro por culpa de crisis y pandemias. Que tenía esposa y dos hijas. Que vivía en Ponferrada pero que se venía a Villarbón a pasar temporadas cuando se agobiaba por la situación.
Resultó que teníamos amigos comunes de la infancia, cuando yo vivía en Ponfe, que era pariente de Pepín Folgueral, el de la confitería, que había estudiado con Guillermo el de los Talleres Seoane. Me explicó que Villarbón venía a significar, más o menos, un falso llano o ladera que es bueno (villar es falso llano en una ladera de una montaña).

Hablando sobre la canción, me aclaró que un fiandeiro era el lugar donde se reunían las hilanderas casaderas para hilar, pero también para cantar y contar historias. Me contó que se veían lobos y, excepcionalmente, también osos. Me hizo mucha gracia la anécdota de que un día, al amanecer, se encontró con un oso, acomodado panza arriba entre las ramas de un cerezo, degustando las jugosas cerezas directamente cortando las ramas y pasándoselas entre las fauces, como si de un pincho moruno se tratase. 

Cuando se terminó el chorizo sacó unos filetes con patatas fritas que se estaba preparando para cenar y así, con un poco de apuro por mi parte, seguimos charlando de todo un poco, hasta que reparé en que tenía más o menos dos horas de carretera de vuelta a casa.

Ya anocheciendo, me despedí de Darío Folgueral, un berciano de pura cepa con la hospitalidad por bandera. Un paisano entrañable al que debo un disco de Plaza Mayor y un ejemplar de "El miserere olvidado", tal y como le prometí.

Cuando vas conduciendo y te pierdes en la inmensidad de la noche y los kilómetros, tu mente se evade y comienza, quizás ayudada por el vino de Cabañas Raras, a elucubrar libremente. Quizás todos los acontecimientos que estamos viviendo tengan un lado bueno. Quizás el de saber apreciar aquellas cosas que tanto echamos de menos. Quizás Villarbón me haya hecho darme cuenta de lo mucho que añoro la música, los ensayos, los conciertos y, como no, a mis compañeros. Quizás no sea un quizás, por que en realidad soy plenamente consciente de que, de todas las cosas que he hecho y hago en mi vida, la música es la que me ha proporcionado el mayor número de momentos inolvidables.

Va por vosotros Bego, Loli, Fidel, Luis, Bardal, Dani, Óscar, Mario, Ramón, Rury, Arturo, Marce... y un largo etc.


Senén Villanueva Puente

Disfruta del momento, aunque parezca real


P.D. Os dejo ahí arriba la canción, en homenaje a todas las personas que, a lo largo de los siglos vivieron, trabajaron y amaron en Villarbón.


lunes, 15 de marzo de 2021

LA BITÁCORA DE LOS ARCANOS. El Castillo de Sarracín y la leyenda de las cien doncellas.

Tuve que aparcar en Vega de Valcarce, porque una señora muy amable me advirtió: "non se te ocurra subir con el coche que vas caer patas arriba por el desprecipicio p'abaixo". 

No me importó en absoluto; la subida era tremendamente empinada pero estas cosas hay que vivirlas.

A medida que me acercaba, las imponentes murallas me recordaban que esta fortaleza había visto más de mil años de historia discurrir ante sus piedras. 

Ya el Califa Omeya "Muza", en 714 había arrasado la edificación, reconstruida de nuevo tras la reconquista, sobre 850, por el Conde Gatón, quien la nombró como a su hijo, Sarracino.

Al atravesar la puerta sentí que viajaba al pasado y, al pasear por entre sus muros y paredes, algunos sostenidos inexplicablemente en precario equilibrio sobre  la roca, reviví batallas devoradoras de almas. Me asomé al vacío desde todos los rincones posibles e imaginé vidas pasadas. A mis pies, bosques cubiertos de blanco pálido, quizás melancólicos de tiempos primitivos, con certeza más gloriosos.
Me senté con los pies colgando al vacío y cerré los ojos, dejándome envolver por el embriagador silencio de la naturaleza. Entonces entré en trance y lo vi todo. 
En mi maravillosa hipnosis, vi huestes musulmanas acercarse desde la Vega, a reclamar el tributo de las cien doncellas. Los campesinos de los alrededores se agolpaban intramuros con sus hijas, suplicando protección a los señores del castillo, los Valcarce. Las madres gritaban, los padres maldecían, las efebas temblaban.


Los Sarracenos ansiaban su prebenda y amenazaban con sus alfanjes entre arengas y oraciones ininteligibles. Todo indicaba que la situación terminaría en tragedia, hasta que los cinco hermanos Valcarce, dispuestos a darlo todo por sus gentes, abrieron el portón y se plantaron en el angosto acceso sin más armas que cinco gruesas estacas. A una orden del caudillo del turbante, varios soldados se lanzaron al ataque. Los Valcarce rechazaron el intento a estacazo limpio, hendiendo cabezas y quebrando miembros, ante el alborozo de los suyos. Una segunda arenga siguió la misma suerte. Los hermanos se habían hecho fuertes en el estrecho camino sin mucha pinta de dejar pasar alma viva.

Tras dos intentos más sin éxito, los moriscos desistieron, quedando el acontecimiento grabado en la memoria de los lugareños y dejando para siempre cinco estacas en el heráldico de los Valcarce y en el emblema de Vega de Valcarce. Embrujado por el hechizo de Sarracín, emprendí el descenso de vuelta al presente, no sin antes volverme para contemplar los últimos vítores de los campesinos a sus héroes. Habían salvado a las cien doncellas tan solo con unas estacas de madera y, eso sí, mucha bravura.

 










Senén Villanueva Puente

miércoles, 4 de diciembre de 2019

04/12/2019 MIranda Roblenuevo V: El cuélebre. Inscripción en el Reg. de la Propiedad Intelectual

Esta foto no tendría ningún significado sino fuese porque es el momento en el que ha quedado oficialmente registrada, en el Registro de la Propiedad Intelectual, la quinta novela de Miranda Roblenuevo. Esta entrega de la saga, salvo posteriores modificaciones de última hora, llevará por título "El Cuélebre". Ya está en manos de mi hermano Pablo para que le añada sus maravillosas ilustraciones. No os impacientéis los fans incondicionales porque no creo que salga publicada hasta febrero o marzo. Ya le meteré yo caña para que se deje de tonterías y dibuje rápido. Ya os adelanto que las aventuras de Miranda Roblenuevo saldrán, a partir de ahora, con una editorial leonesa cuyo nombre no voy a mencionar de momento para crear más suspense del que ya la propia novela suscita. Por favor, sé que me van a llegar incontables mensajes de los millones (jajaja) de fans de Miranda Roblenuevo de todo el mundo. Calma, paciencia, procuraremos que esté en las librerías lo antes posible. Hay que tener en cuenta también el criterio de la Editorial E..., ¡Ay, que casi se me escapa!

Senén Villanueva Puente

domingo, 23 de junio de 2019

¡Viva la Quinta Brigada! (1).


El vuelo de Ryanair 7257 se aproximaba a Dublín. A pesar de las aproximadamente dos horas y media largas de vuelo, seguía muy nervioso. Después de más de 30 años, iba a reencontrarme con mi querida amiga Lisa para cumplir una misión, altamente secreta y de vital importancia, que ella misma me había encomendado. No la veía desde que era un adolescente, cuando mis padres me mandaban a pasar un mes de verano a su casa, en Laindon, cerca de Londres, para aprender inglés. Era mi familia de Inglaterra, mis primos o algo así, incluso más; cada mes de julio lo pasaba con ellos y los consideraba mis parientes en igual forma que a los que tengo en Asturias. Aquel matrimonio y sus dos hijas me acogían con todo el cariño y hospitalidad irlandeses, en su modesta casita de Spurriers.
De izda. a dcha. y de arriba a abajo: Mandy, George, Agnes y Lisa.
George Sibley, el cabeza de familia, se ganaba la vida como pintor y me llevaba con él a trabajar, no sé muy bien si le ayudaba o le retrasaba, pero pasamos juntos ratos inolvidables; "bloody dego" me solía decir con su ruidosa risa socarrona, desde sus casi dos metros de bondad rubia, "sing La Bamba again for me". Yo le obedecía y le cantaba La Bamba, que le gustaba mucho, mientras pintábamos. Él intentaba seguirme, "balalalalalabamba" era todo lo que conseguía pronunciar y se partía de risa él mismo. Luego seguíamos con "The great pretender" de Roy Orbyson y, como no, "Are you lonesome tonight", de Elvis. Su mujer, Agnes, se había molestado en escribirme la letra de ambas canciones para que me las pudiese aprender de memoria. Nunca olvidaré sus ojos claros llorando de risa cada vez que yo cometía un error lingüístico, como cuando le intentaba explicar que tenía un amigo que era piloto de un Fokker, osea un "Fokker pilot".
Con Gorge haciendo el imbécil.
Lo que ocurría era que con mi horrible pronunciación yo decía "fucker pilot", que no es lo mismo ni mucho menos. Cualquiera que sepa algo de inglés comprenderá perfectamente la diferencia. George siempre me estaba buscando una novia, allí en Laindon.
En cuanto en su campo de visión aparecía alguna chica que él entendía que encajaba bien conmigo, me animaba a que le tirase los trastos, pero yo me moría de vergüenza. Entre que mi inglés por aquella época era peor que el de Almodóvar y que le tenía a él de guardaespaldas, siempre intentando "colaborar", no había manera de establecer contacto.
Una mañana, pintando los marcos de las ventanas de una amable anciana, ésta, al escuchar nuestras canciones y conversaciones interrumpió graciosamente:
—Pues seguro que a mi nieta Michelle le encantaría salir con él.
George me miró fijamente, levantando las cejas. Sólo le faltó decir "¡Eureka!". No tardaron ni cinco minutos en arreglarme una cita con la nieta de aquella anciana, para el viernes a las ocho, osea ¡dos días después!.
De izda. a dcha. Mandy, yo y Lisa
El día de autos salieron los cuatro a despedirme a la puerta, es decir, George, Agnes, Mandy y Lisa. Todavía les recuerdo diciéndome adiós con la mano y el gesto de Agnes de que me pusiera la cazadora al hombro.
Apestaba a una colonia muy fuerte que me había dejado George; era como Varón Dandy, pero peor. Yo creo que aquello llevaba hormonas de alce en celo o algo así. Me dejó su coche, un Renault 18 ranchera color crema, con todos los utensilios del trabajo en la trasera. Pensé que una chica dentro de aquel automóvil moriría al instante, intoxicada con la mezcla de mi perfume y el olor a pintura y disolventes.
Menos mal que la casa de Michelle no estaba muy lejos, porque conducir un vehículo con el volante a la derecha, con la escalera pegándote en la cabeza, las latas de pintura moviéndose sin control y encima por la izquierda de la carretera, no se lo recomiendo a nadie, y menos si hace un mes escaso que has sacado el carnet de conducir. En un momento dado pensé que había olvidado el oportuno preservativo y comencé a registrarme a mí mismo soltando el volante. Casi me estrello contra un trailer.
Conseguí llegar ileso hasta la puerta, me acicalé el pelo, coloqué la cazadora sobre el hombro y llamé al timbre.
Tras unos segundos, la abuela abrió la puerta y, muy amablemente me invitó a sentarme en el salón, ofreciéndome una taza de té, mientras Michelle terminaba de arreglarse.
Con los abuelos de Michelle
Una segunda mujer se unió a la conversación; tendría unos cuarenta... entré en pánico. La abuelita me la presentó como su hija, osea la madre de Michelle... se me pasó el pánico. Charlé con ellas durante unos minutos muy agradables. Supuse que me estaban chequeando. Entonces la vi descendiendo por las escaleras y dejé de escuchar. Por orden de aparición, unas deportivas John Smith azules, sin calcetines, unos vaqueros, un corpiño blanco y una chaqueta de cuero negra. Tenía los ojos verdes y el pelo castaño, liso, media melena con flequillo. Me fijé que, en contra de la costumbre de las chicas inglesas, no llevaba maquillaje. Era evidente que no lo necesitaba. Me hablaba, supongo que para saludarme, pero sólo oía un ruido indescifrable que salía de su boca a cámara superlenta.
—Que ya me puedes soltarme la mano.
—Ah, perdona...
—¿Nos vamos ya? ¿En tu coche o en el mío?
—Preferiría en el tuyo —respondí rápidamente.
Cuando salíamos de la casa volví a registrarme, para asegurarme de que el oportuno preservativo seguía en el bolsillito del vaquero; entonces me dí cuenta de que la madre y la abuela también salían y se subían al coche.
—¿Vais al centro? —pregunté inocentemente, pensando que querían que las acercásemos a algún sitio.
—No, tonto, nosotras vamos con vosotros.
En un primer momento creí que lo había traducido mal en mi mente. Cómo iban a salir con nosotros, ¡qué tontería! sin embargo, pronto me dí cuenta de que, no sólo iban a salir con nosotros sino que, efectivamente lo hicieron.
En contra de lo que pudiera pensarse en un principio, la noche fue de lo más divertida. Me llevaron a un montón de pubs y yo rápidamente alcancé el puntín simpático que te da la cerveza, así que me puse a contar chistes españoles de los de un inglés un francés y un español. Todos les hacían mucha gracia, pero yo creo que era más por lo mal que los traducía al inglés. Aquella fue mi primera noche de juerga en Inglaterra y no me puedo quejar, la pasé con tres encantadoras mujeres, aunque eso sí, abuela, madre e hija. El hecho de que no pudiese estar ni un minuto a solas con Michelle no me importó en absoluto... madre mía qué mentira más gorda; han pasado más de treinta años y sigo lamentándome por mi mala suerte.
Al día siguiente, la propia resaca me despertó. Bajé a desayunar y me estaban esperando los cuatro, en silencio, ya sentados a la mesa. "Morning", balbuceé y me senté. Me parecía como que, en su silencio, se estaban conteniendo la risa.
Lisa, con uniforme de estudiante de enfermería.
—Good morning, Casanova!!! —exclamó Lisa y, de repente, los cuatro estallaron en una sonora carcajada. Por lo visto, la abuela de Michelle había telefoneado a Agnes y ya estaban todos al tanto de los pormenores de la cita, de lo bien que se lo habían pasado y de lo "very good boy" que era yo. George, entre llantos, no entendía por qué me quejaba, pues era el primer hombre que él conociese que conseguía salir la misma noche con tres mujeres, de tres generaciones distintas de la misma familia; que debería llamar al libro Guinness de los records, vamos.
En el avión, los pasajeros jugaban con sus tablets y teléfonos móviles, pero yo prefería seguir saboreando mis anécdotas con los Sibley, aunque el éxito de la misión que me había encomendado Lisa me preocupaba seriamente.
Mi entrañable George Sibley.
Al ver a una señora pedir una botellita de vino se me vino a la memoria la primera vez que George me llevó a un pub. Tras una dura jornada pintando paredes, creyó que necesitábamos una partida de snooker y unas bebidas, en el ambiente típicamente irlandés del "Irish Club". Allí se encontró con varios de sus amigos y rápidamente se preparó una partida de snooker. Yo sólo había jugado alguna vez al billar americano, así que el tamaño de la mesa ya me impresionó.
Mi querida Agnes.

De hecho, cuando lo contaba en España nadie me creía. Ninguno de mis amigos sabía de la existencia de esta variedad del billar. Aquellas bolas tan pequeñas, aquella mesa tan descomunal... Decir que hice el ridículo es simplificar mucho. A veces, las bolas quedaban tan lejos que te permitían usar una pértiga como apoyo para el palo. Es decir, se supone que tienes que colocar la pértiga sobre la mesa y apoyar el palo en su extremo en forma de X.
Pues bien, en una jugada en la que no llegaba a la bola blanca ni tumbado entero sobre el paño, uno de los contrarios me preguntó que por qué no usaba la pértiga.
George me la acercó sonriendo pícaramente. Yo la así con fuerza y, aunque que no tenía ni la más remota idea de cómo se utilizaba, algo me dijo que no se podía tocar con los pies sobre la mesa. Así que, ni corto ni perezoso y convencido de lo que hacía, coloqué la pértiga a lo ancho, de un borde a otro de la mesa y me tumbé sobre ella, panza abajo, eso sí con las punteras de los pies sobre la pértiga. De este modo ya llegaba a golpear la blanca y, vaya si lo hice, conseguí meter la negra en un rincón. ¡Bien, coño, bien! grité en perfecto español. Se quedaron boquiabiertos, pero lamentablemente, no de admiración. Entre amables sonrisas contenidas me explicaron varias cosas: primero, que las bolas se golpean en un orden concreto y que no tocaba meter la negra sinó la verde.
Segundo, hay que decir en qué agujero se va a meter antes de golpear y no vale introducirla de casualidad en cualquiera de los orificios. Y tercero y más importante, recalcaron el hecho de que nunca habían visto a nadie usar la pértiga de ese modo y dudaban mucho que nadie en todo el imperio británico la hubiese usado jamás de semejante y acrobática forma.George me señaló una pantalla de televisión donde se retransmitía una partida y precisamente en ese momento uno de los jugadores utilizaba ese controvertido accesorio, "un pie al menos debe tocar el suelo". Noté cómo me ruborizaba y me fui al servicio con la excusa de que tanta cerveza me hacía mear mucho. "Si todavía no hemos tomado nada", señaló George, socarrón.
En la intimidad del retrete, limpísimo por cierto, me repetía a mí mismo una y otra vez: "céntrate Senén, céntrate y pregunta antes de meter la pata".
Ya de vuelta, mis compañeros de partida me preguntaron qué quería tomar. Decidí que, dado que todavía no conocía muy bien las costumbres británicas, la mejor forma de quedar bien era pidiendo la consumición más barata posible, así que "one wine for me, please", un vino, por favor, igual que hacía en León cuando salía con mis amigos por el Húmedo.Volví a meter la pata, pero no lo supe en ese momento. Debería haberme fijado más en los gestos de sorpresa, o en la cara de resignación del inglés que iba a pagar aquella ronda, Francis se llamaba. Cuando el camarero acudió sonriente con una botella de vino francés envuelta en un paño y dentro de un recipiente metálico con hielo, entonces me dí cuenta. Un poco tarde, lo sé. Mi consumición le costó a Francis no menos de diez o quince libras de la época. Los británicos, irlandeses y demás gentes de esa zona, cuando están en un pub, beben cerveza, pintas de cerveza, no vino. ¿Por qué no te enseñan eso en la Escuela de Idiomas? ¿tan difícil es? Lesson one, nunca pidas un vino en un pub británico. Luego intenté jugar mal a propósito para compensar el desaguisado y así dejar ganar cláramente al pobre inglés desfalcado, cosa bastante difícil, pues no creo que se pueda jugar peor a algo. Cuando nos fuimos, vi a George que le pagaba mi consumición. Francis le decía algo así como "...and don't bring this fucking spanish again".
Paso de cebra de Abbey Road Studios.
Ya en el coche, ofrecí a George abonarle mi copa de vino, pues no quería que tuviese que cargar con mis platos rotos. Me respondió que no me preocupase, que nada podría nunca pagar lo que se había reído. "Por cierto" añadió, "Francis era tu compañero de partida".

to be continued... (continuará)

domingo, 3 de marzo de 2019

LA BITÁCORA DE LOS ARCANOS. Los misterios de Antigüedad.

—Buenos días, vaya calor.
Saludé mientras entraba en el Bar Pajares, en Antigüedad, comarca de Cerrato, pueblo que un buen amigo me había recomendado visitar, en mi modesta búsqueda de sensaciones extrañas o misteriosas. El nombre me resultó tan extraño que cogí el macuto y me fui para allá.
—Y que lo diga —respondió amablemente el camarero—. De primavera total, esto no es normal aquí en Palencia, en pleno febrero.
Había preguntado a dos chavales por algún sitio donde tomar una caña, tras intentarlo en dos que llevaban décadas cerrados. Extremadamente limpio, el enorme local sabía a bar de pueblo de toda la vida, con sus mesas de mármol (o al menos imitación), su enorme barra de madera, su altísimo techo, su infinito arsenal de licores... Me acomodé en la barra, en el punto más cercano a la puerta.


—Ponme una caña, por favor.


Elegí tutearle porque me parecía joven, no más de cuarenta, bajito; con un gesto amable tiró la caña y me la acercó desde el otro extremo. Pudo haberse dedicado a cualquier tarea en la inmensidad del bar, sin embargo eligió quedarse cerca, escrutando el exterior.
—Si te pones al sol te tumba... y si te pones a la sombra te congelas...
Su afabilidad me inspiró confianza y creo que por eso le pregunté sin rodeos:
      —¿Qué hay de cierto en que aquí, en Antigüedad, pasan cosas misteriosas?
Metió las manos en los bolsillos y comenzó a balancearse sin apartar su mirada pícara de los ventanales.
Bar Pajares
—Bueno.... —al verme sonreír se relajó— ...no cabe duda de que algo hay —no tenía el acento duro de la gente de pueblo, más bien parecía de ciudad—, porque viene mucha gente, sobre todo a las ermitas. A la de Garón se acercan grupos enteros y se abrazan a los árboles, porque dicen que tienen una energía especial. Han venido hasta autobuses y todo. ¿Por qué me lo pregunta? 
—Uy perdone, que no me he presentado. Soy Senén Villanueva Puente, novelista; escribo aventuras para chavales, pero también artículos sobre cosas inexplicables —rotulé mi nombre en un trocito de papel—. Por si me quieres buscar en internet.
Ermita de Garón, entrada.
Esto me hizo recordar que no tengo tarjetas como escritor, sólo como abogado.
—A los buenos días, Roberto y la compaña... —un hombre se incorporó a la charla, más mayor, más curtido; el campo y el trabajo duro se notaban en su rostro y en su acento— ...pon un blanco aquí si me haces el favor, hombre.
—Mira, Domi te puede contar muchas cosas raras —aseguró el cantinero—, es de aquí de toda la vida.
     —¿Sabe usted de algún suceso extraño o inexplicable que haya ocurrido por Antigüedad? —decidí tratarle de usted; su aspecto más tosco parecía, al menos a primera vista, de pocas bromas.
—Para empezar, la fuente que está al lado de la ermita de Garón da un agua con propiedades rehabilitadoras para cualquier tipo de enfermedades —aseguró.
—Este amigo mío me dijo que su madre venía frecuentemente, no sólo a por agua de la fuente sino también a rezar a la Vírgen —confirmé—. De hecho, dice que sólo se encuentra bien tras visitar Antigüedad.
Ermita de Garón. Altar anexo.
—Que algo hay... que algo hay... esooo... ya te lo digo yo —Roberto salió al paso—. Mira Senén, aquí en la comarca, cuando alguien compra algo, por ejemplo un coche, lo primero que hace es subirlo a la ermita de Garón a bendecirlo. ¿Verdad o mentira, Domi?
—Verdad, verdad, es por la energía o lo que quiera que sea que hay por allí.
—Hay un escritor de esta zona que afirma que Antigüedad es un emplazamiento energético al nivel de Machu Pichu, o incluso Stone Henge.
La conversación estaba resultando harto interesante, así que decidí preguntarles por unos hechos que hasta a mí me resultaban ridículos.
—He leído que existen por aquí unas cuevas donde habita una colonia extraterrestre.
Pensé que había ido demasiado lejos y que a partir de ese momento ya no me tomarían en serio, me equivoqué.
—Bueno.... si, lo de los extraterrestres subterráneos —Roberto entró al capote—. Es otra de las historias que este escritor ha popularizado peroooo... si tú preguntas a cualquiera de por aquí te dirá que eso es todo fantasía.
Ermita de Garòn. Cruz.
—Pues será fantasía, pero hay una cueva al otro lado de la chopera que está enfrente de la ermita de Garón, que dicen que se interna entre los cerros y no se sabe dónde termina —nos sorprendió Domi—. Además, cuando yo era chaval un pariente mío vio las marcas de un ovni en las tierras —Roberto me miró como diciendo: este lo sabe todo—. Lo que pasa es que cuando fuimos a verlo ya no fuimos capaces de encontrar el lugar donde se había posado.
En ese momento entraron un grupo de personas y Roberto acudió a atenderlas amablemente, como no podía ser de otra forma. Me pareció que la complicidad de la conversación se había perdido, así que le pedí con un gesto que me cobrase las dos cañas que había consumido.
—Tienes más cosas que visitar, chaval —Domi se dio cuenta de que me iba—. Vete a ver el avión, la Cruz de la Muñeca y la bicicleta de Lance Armstrong. 
—Gracias Domi, ya tenía pensado hacerlo.
—Y lo más bonito de todo, si sigues el camino después de la Cruz de la Muñeca, verás una sabina gigantesca. No te la pierdas, sólo te digo eso.  


Area de los árboles energéticos.



Entre Roberto, Domi, un chaval llamado Álvaro y otros clientes del bar, se desvivieron por hacerme mil y un croquis para encontrar todos los lugares de los que habíamos hablado. Eso es lo que tiene la gente sencilla de la meseta, una amabilidad infinita.

Como el listado de lugares a visitar se salía de lo normal para un pueblo tan pequeño, hay que tener en cuenta que Antigüedad tiene unos 400 habitantes, decidí empezar por lo más cercano, el avión. Efectivamente, en la parte alta del pueblo, el Ejército del Aire, en homenaje a dos hijos ilustres de la localidad, los pilotos pioneros de la aviación militar española nacidos en la villa, los hermanos César y Augusto Martín Campos, que lucharon en la Guerra civil uno en cada bando, ha instalado un F4, con dos cojones. Bueno, la foto lo dice todo. 
Fuente de la ermita de Garón
Ascendí por la misma carretera dejando el pueblo a la espalda hasta que, unos cuatro o cinco kilómetros después, hallé la ermita de Garón. Desgraciadamente cerrada, a pesar de ser festivo. Se conserva muy bien y todos los años se celebra una romería el último domingo de mayo y el último de septiembre. Se levantó en el siglo XIII tras aparecerse la Virgen a un pastor llamado Garahón. Como no podía ser de otra forma, llené mi cantimplora con agua de la fuente que Domi afirmaba tener poderes curativos. Dice la leyenda que nace debajo de la propia ermita. Me abracé a todos los árboles del área recreativa frente a la ermita, buscando quizás encontrar el que me diese la suficiente energía para mi semana en el trabajo.

No me extrañó esta costumbre, lo hago constantemente cuando voy a la montaña, siempre que veo algún ejemplar centenario. Me senté en una de las mesas a degustar el bocadillo, regado con el agua mágica de la fuente. He de decir que si en todo mi periplo por Antigüedad sentí algo extraño, fue en ese momento. De repente, todo se detuvo, el aire, los pájaros, los insectos... un silencio que hacía retumbar los oídos se instaló en el ambiente. Así durante varios minutos. 


Ermita de Villella. Interior.
No me atreví a levantarme, ni siquiera a masticar. Sólo miraba a un lado y al otro buscando alguna referencia que me devolviese a la realidad. Miré mi teléfono, más que nada para ver a qué hora estaba sucediendo aquel extraño fenómeno, pero la pantalla estaba oscura y no se encendía a pesar de mis intentos. Entonces caí en la cuenta de que también el chorro de la fuente se había callado. Me levanté pensando que no podía ser cierto y encaminé mis pasos hacia ella. Desde lejos me daba la sensación de que el generoso hilo de agua se había paralizado.
A medida que me acercaba, sin pestañear, se confirmaba aquel extraño fenómeno. No podía ser, me acerqué más. Cuando estaba a la distancia exacta poder asegurar si el chorro discurría o no, entonces las hojas comenzaron a levantarse, empujadas por la brisa y dejé de escuchar los latidos de mi corazón retumbando contra mis tímpanos. Todos los sonidos volvieron a poblar el espacio con normalidad y el agua de la fuente a brotar con naturalidad. 
Ermita de Villella, entrada.
Tras unos instantes recuperándome del susto, decidí buscar la cueva de la que hablaba Domi, la que nadie sabía donde terminaba, pero no la encontré por ningún lado a pesar de que exploré convenientemente la zona. Volveré y la encontraré.
Abandoné aquel maravilloso paraje rumbo a la otra ermita, la de Villella.  Del siglo X, más modesta que la de Garón. Situada en un remoto paraje al que no se puede llegar por carretera, también estaba cerrada. Pude fotografiar el interior a través de una pequeña abertura en el portón de entrada. En su lateral izquierdo, existen unos interesantes restos de la iglesia prerrománica anterior y de antiguos enterramientos.
Ermita de Villella, restos arqueológicos.
El 24 de agosto de 1507, Juana la Loca, su hija de siete meses y el cadáver de Felipe el Hermoso arrastrado por cuatro caballos negros, caminaban por un sobrecogedor páramo cerrateño en las proximidades de Antigüedad. Según la leyenda, el féretro de Felipe el Hermoso cayó al suelo y la reina decidió perpetuar la memoria de este lance mandando poner una cruz de piedra en el lugar exacto de la caída. Esta cruz, de unos setenta centímetros de alta, se conoce como la Cruz de la Muñeca y aún puede verse junto al viejo camino de Tortoles, dentro de una finca de labor. Se llama así porque uno de los soldados trató de evitar la caída del féretro, rompiéndose una muñeca en el intento. Me costó encontrarla pero lo conseguí. Me senté al lado y me imaginé la escena como si yo fuera uno de los soldados que formaban el séquito y vi a la reina, casi tirándose de los pelos al ver el ataúd de su amado por los suelos. 
Ermita de Villella.
Domi y Roberto también me habían hablado de una enorme sabina que merecía la pena contemplar. Así que abandoné la Cruz y, siguiendo sus indicaciones, me adentré en el páramo por los caminos que, en su día, seguramente la la reina loca cabalgó. No hay problema, mi todoterreno está siempre hambriento de senderos. Me perdí, por supuesto, en varias ocasiones. A punto de perder la esperanza, observé a lo lejos a un joven realizando labores de poda al lado de un viejo Land Rover blanco. Me acerqué.
—¡Buenas tardes! —le grité porque con el ruído de la motosierra ni siquiera se había percatado de mi llegada—. ¡Hola! —agité los brazos.
El joven apagó el motor y se quitó los protectores auditivos.
—Perdone, con tanto ruido no le oía —se acercó—. Dígame, dígame, ¿se ha perdido?
Cruz de la Muñeca.
Aquel joven larguirucho era tan amable como los demás. En seguida lo dejó todo para ayudarme.
—Hola, perdona que te moleste. Es que estoy buscando una sabina centenaria que me han dicho en el bar del pueblo que está por aquí. Pero no la encuentro.
El joven sonrió, abrió los brazos y levantó la cabeza. Claro, con el ansia de encontrar mi objetivo, no me percaté de que la tenía encima. Miré hacia arriba y me di cuenta de que lo nos protegía del sol era la inmensa sombra de un árbol gigante. De sus leñosas ramas colgaban espesas melenas de vegetación que llegaban hasta el suelo como auténticas rastas. A pesar de la profunda poda a la que estaba siendo sometida, la inmensidad de su verdor lo cubría todo. El joven disfrutaba de mi asombro. 
Cruz de la Muñeca.
—Fijate, antes estos árboles poblaban los campos hasta donde alcanzaba la vista, pero claro, la mayoría de las casas de los pueblos de por aquí se han construído con su madera —su mirada se perdió en la melancolía—. Se ha roturado demasiado campo...
Entonces me dí cuenta de que, efectivamente, dispersos por aquí y por acullá, preciosas sabinas, no tan magníficas como aquella, embellecían aquel desolado paraje.
—¿Conoces el torreón? —cambió de tema.
—Nadie me ha hablado de ningún torreón —arqueé las cejas.
Con Dani, bajo la sabina.
Me despedí de Dani, que así se llamaba, dándole las gracias por su amabilidad, tan común en esta tierra y, siguiendo sus indicaciones, me dispuse a buscar el extraño torreón del que me había hablado. ¿Un vértice geodésico en medio de aquella vasta planicie? Todos mis esfuerzos en vano; tras perderme de nuevo varias veces, tuve que abortar la misión pues no fui capaz de encontrarlo y se me hacía tarde.
Muchos cruces de caminos después, conseguí salir a una carretera general y entonces me encontré con el famoso monumento a Lance Armstrong. Una bicicleta encima de un poste metálico señala el lugar donde se cayó el famoso ciclista en una etapa de la Vuelta que pasó por Antigüedad.
Sabina.
Me alejé recordando a los amigos que, seguramente volveré a ver, porque me han quedado varios enigmas pendientes: Tengo que encontrar el misterioso torreón del que me habló Dani. Ni qué decir tiene que la cueva de la ermita de Garón también queda pendiente y lo más importante de todo; en mi próxima visita dispondré de todo lo necesario para realizar grabaciones nocturnas en las dos ermitas. Sé de buena tinta que los entes que vagan entre los mundos son proclives a dejar sus psicofonías por allí. 



Un abrazo muy fuerte a Roberto, del Bar Pajares, a Domi, a Álvaro y a Dani por ser tan amables con un extraño. Nunca les olvidaré.

Por cierto,  todavía no sé hasta qué punto el agua de la fuente de Garón tiene propiedades mágicas, lo que si sé es que es deliciosa.

Senén Villanueva Puente