domingo, 23 de junio de 2019

¡Viva la Quinta Brigada! (1).


El vuelo de Ryanair 7257 se aproximaba a Dublín. A pesar de las aproximadamente dos horas y media largas de vuelo, seguía muy nervioso. Después de más de 30 años, iba a reencontrarme con mi querida amiga Lisa para cumplir una misión, altamente secreta y de vital importancia, que ella misma me había encomendado. No la veía desde que era un adolescente, cuando mis padres me mandaban a pasar un mes de verano a su casa, en Laindon, cerca de Londres, para aprender inglés. Era mi familia de Inglaterra, mis primos o algo así, incluso más; cada mes de julio lo pasaba con ellos y los consideraba mis parientes en igual forma que a los que tengo en Asturias. Aquel matrimonio y sus dos hijas me acogían con todo el cariño y hospitalidad irlandeses, en su modesta casita de Spurriers.
De izda. a dcha. y de arriba a abajo: Mandy, George, Agnes y Lisa.
George Sibley, el cabeza de familia, se ganaba la vida como pintor y me llevaba con él a trabajar, no sé muy bien si le ayudaba o le retrasaba, pero pasamos juntos ratos inolvidables; "bloody dego" me solía decir con su ruidosa risa socarrona, desde sus casi dos metros de bondad rubia, "sing La Bamba again for me". Yo le obedecía y le cantaba La Bamba, que le gustaba mucho, mientras pintábamos. Él intentaba seguirme, "balalalalalabamba" era todo lo que conseguía pronunciar y se partía de risa él mismo. Luego seguíamos con "The great pretender" de Roy Orbyson y, como no, "Are you lonesome tonight", de Elvis. Su mujer, Agnes, se había molestado en escribirme la letra de ambas canciones para que me las pudiese aprender de memoria. Nunca olvidaré sus ojos claros llorando de risa cada vez que yo cometía un error lingüístico, como cuando le intentaba explicar que tenía un amigo que era piloto de un Fokker, osea un "Fokker pilot".
Con Gorge haciendo el imbécil.
Lo que ocurría era que con mi horrible pronunciación yo decía "fucker pilot", que no es lo mismo ni mucho menos. Cualquiera que sepa algo de inglés comprenderá perfectamente la diferencia. George siempre me estaba buscando una novia, allí en Laindon.
En cuanto en su campo de visión aparecía alguna chica que él entendía que encajaba bien conmigo, me animaba a que le tirase los trastos, pero yo me moría de vergüenza. Entre que mi inglés por aquella época era peor que el de Almodóvar y que le tenía a él de guardaespaldas, siempre intentando "colaborar", no había manera de establecer contacto.
Una mañana, pintando los marcos de las ventanas de una amable anciana, ésta, al escuchar nuestras canciones y conversaciones interrumpió graciosamente:
—Pues seguro que a mi nieta Michelle le encantaría salir con él.
George me miró fijamente, levantando las cejas. Sólo le faltó decir "¡Eureka!". No tardaron ni cinco minutos en arreglarme una cita con la nieta de aquella anciana, para el viernes a las ocho, osea ¡dos días después!.
De izda. a dcha. Mandy, yo y Lisa
El día de autos salieron los cuatro a despedirme a la puerta, es decir, George, Agnes, Mandy y Lisa. Todavía les recuerdo diciéndome adiós con la mano y el gesto de Agnes de que me pusiera la cazadora al hombro.
Apestaba a una colonia muy fuerte que me había dejado George; era como Varón Dandy, pero peor. Yo creo que aquello llevaba hormonas de alce en celo o algo así. Me dejó su coche, un Renault 18 ranchera color crema, con todos los utensilios del trabajo en la trasera. Pensé que una chica dentro de aquel automóvil moriría al instante, intoxicada con la mezcla de mi perfume y el olor a pintura y disolventes.
Menos mal que la casa de Michelle no estaba muy lejos, porque conducir un vehículo con el volante a la derecha, con la escalera pegándote en la cabeza, las latas de pintura moviéndose sin control y encima por la izquierda de la carretera, no se lo recomiendo a nadie, y menos si hace un mes escaso que has sacado el carnet de conducir. En un momento dado pensé que había olvidado el oportuno preservativo y comencé a registrarme a mí mismo soltando el volante. Casi me estrello contra un trailer.
Conseguí llegar ileso hasta la puerta, me acicalé el pelo, coloqué la cazadora sobre el hombro y llamé al timbre.
Tras unos segundos, la abuela abrió la puerta y, muy amablemente me invitó a sentarme en el salón, ofreciéndome una taza de té, mientras Michelle terminaba de arreglarse.
Con los abuelos de Michelle
Una segunda mujer se unió a la conversación; tendría unos cuarenta... entré en pánico. La abuelita me la presentó como su hija, osea la madre de Michelle... se me pasó el pánico. Charlé con ellas durante unos minutos muy agradables. Supuse que me estaban chequeando. Entonces la vi descendiendo por las escaleras y dejé de escuchar. Por orden de aparición, unas deportivas John Smith azules, sin calcetines, unos vaqueros, un corpiño blanco y una chaqueta de cuero negra. Tenía los ojos verdes y el pelo castaño, liso, media melena con flequillo. Me fijé que, en contra de la costumbre de las chicas inglesas, no llevaba maquillaje. Era evidente que no lo necesitaba. Me hablaba, supongo que para saludarme, pero sólo oía un ruido indescifrable que salía de su boca a cámara superlenta.
—Que ya me puedes soltarme la mano.
—Ah, perdona...
—¿Nos vamos ya? ¿En tu coche o en el mío?
—Preferiría en el tuyo —respondí rápidamente.
Cuando salíamos de la casa volví a registrarme, para asegurarme de que el oportuno preservativo seguía en el bolsillito del vaquero; entonces me dí cuenta de que la madre y la abuela también salían y se subían al coche.
—¿Vais al centro? —pregunté inocentemente, pensando que querían que las acercásemos a algún sitio.
—No, tonto, nosotras vamos con vosotros.
En un primer momento creí que lo había traducido mal en mi mente. Cómo iban a salir con nosotros, ¡qué tontería! sin embargo, pronto me dí cuenta de que, no sólo iban a salir con nosotros sino que, efectivamente lo hicieron.
En contra de lo que pudiera pensarse en un principio, la noche fue de lo más divertida. Me llevaron a un montón de pubs y yo rápidamente alcancé el puntín simpático que te da la cerveza, así que me puse a contar chistes españoles de los de un inglés un francés y un español. Todos les hacían mucha gracia, pero yo creo que era más por lo mal que los traducía al inglés. Aquella fue mi primera noche de juerga en Inglaterra y no me puedo quejar, la pasé con tres encantadoras mujeres, aunque eso sí, abuela, madre e hija. El hecho de que no pudiese estar ni un minuto a solas con Michelle no me importó en absoluto... madre mía qué mentira más gorda; han pasado más de treinta años y sigo lamentándome por mi mala suerte.
Al día siguiente, la propia resaca me despertó. Bajé a desayunar y me estaban esperando los cuatro, en silencio, ya sentados a la mesa. "Morning", balbuceé y me senté. Me parecía como que, en su silencio, se estaban conteniendo la risa.
Lisa, con uniforme de estudiante de enfermería.
—Good morning, Casanova!!! —exclamó Lisa y, de repente, los cuatro estallaron en una sonora carcajada. Por lo visto, la abuela de Michelle había telefoneado a Agnes y ya estaban todos al tanto de los pormenores de la cita, de lo bien que se lo habían pasado y de lo "very good boy" que era yo. George, entre llantos, no entendía por qué me quejaba, pues era el primer hombre que él conociese que conseguía salir la misma noche con tres mujeres, de tres generaciones distintas de la misma familia; que debería llamar al libro Guinness de los records, vamos.
En el avión, los pasajeros jugaban con sus tablets y teléfonos móviles, pero yo prefería seguir saboreando mis anécdotas con los Sibley, aunque el éxito de la misión que me había encomendado Lisa me preocupaba seriamente.
Mi entrañable George Sibley.
Al ver a una señora pedir una botellita de vino se me vino a la memoria la primera vez que George me llevó a un pub. Tras una dura jornada pintando paredes, creyó que necesitábamos una partida de snooker y unas bebidas, en el ambiente típicamente irlandés del "Irish Club". Allí se encontró con varios de sus amigos y rápidamente se preparó una partida de snooker. Yo sólo había jugado alguna vez al billar americano, así que el tamaño de la mesa ya me impresionó.
Mi querida Agnes.

De hecho, cuando lo contaba en España nadie me creía. Ninguno de mis amigos sabía de la existencia de esta variedad del billar. Aquellas bolas tan pequeñas, aquella mesa tan descomunal... Decir que hice el ridículo es simplificar mucho. A veces, las bolas quedaban tan lejos que te permitían usar una pértiga como apoyo para el palo. Es decir, se supone que tienes que colocar la pértiga sobre la mesa y apoyar el palo en su extremo en forma de X.
Pues bien, en una jugada en la que no llegaba a la bola blanca ni tumbado entero sobre el paño, uno de los contrarios me preguntó que por qué no usaba la pértiga.
George me la acercó sonriendo pícaramente. Yo la así con fuerza y, aunque que no tenía ni la más remota idea de cómo se utilizaba, algo me dijo que no se podía tocar con los pies sobre la mesa. Así que, ni corto ni perezoso y convencido de lo que hacía, coloqué la pértiga a lo ancho, de un borde a otro de la mesa y me tumbé sobre ella, panza abajo, eso sí con las punteras de los pies sobre la pértiga. De este modo ya llegaba a golpear la blanca y, vaya si lo hice, conseguí meter la negra en un rincón. ¡Bien, coño, bien! grité en perfecto español. Se quedaron boquiabiertos, pero lamentablemente, no de admiración. Entre amables sonrisas contenidas me explicaron varias cosas: primero, que las bolas se golpean en un orden concreto y que no tocaba meter la negra sinó la verde.
Segundo, hay que decir en qué agujero se va a meter antes de golpear y no vale introducirla de casualidad en cualquiera de los orificios. Y tercero y más importante, recalcaron el hecho de que nunca habían visto a nadie usar la pértiga de ese modo y dudaban mucho que nadie en todo el imperio británico la hubiese usado jamás de semejante y acrobática forma.George me señaló una pantalla de televisión donde se retransmitía una partida y precisamente en ese momento uno de los jugadores utilizaba ese controvertido accesorio, "un pie al menos debe tocar el suelo". Noté cómo me ruborizaba y me fui al servicio con la excusa de que tanta cerveza me hacía mear mucho. "Si todavía no hemos tomado nada", señaló George, socarrón.
En la intimidad del retrete, limpísimo por cierto, me repetía a mí mismo una y otra vez: "céntrate Senén, céntrate y pregunta antes de meter la pata".
Ya de vuelta, mis compañeros de partida me preguntaron qué quería tomar. Decidí que, dado que todavía no conocía muy bien las costumbres británicas, la mejor forma de quedar bien era pidiendo la consumición más barata posible, así que "one wine for me, please", un vino, por favor, igual que hacía en León cuando salía con mis amigos por el Húmedo.Volví a meter la pata, pero no lo supe en ese momento. Debería haberme fijado más en los gestos de sorpresa, o en la cara de resignación del inglés que iba a pagar aquella ronda, Francis se llamaba. Cuando el camarero acudió sonriente con una botella de vino francés envuelta en un paño y dentro de un recipiente metálico con hielo, entonces me dí cuenta. Un poco tarde, lo sé. Mi consumición le costó a Francis no menos de diez o quince libras de la época. Los británicos, irlandeses y demás gentes de esa zona, cuando están en un pub, beben cerveza, pintas de cerveza, no vino. ¿Por qué no te enseñan eso en la Escuela de Idiomas? ¿tan difícil es? Lesson one, nunca pidas un vino en un pub británico. Luego intenté jugar mal a propósito para compensar el desaguisado y así dejar ganar cláramente al pobre inglés desfalcado, cosa bastante difícil, pues no creo que se pueda jugar peor a algo. Cuando nos fuimos, vi a George que le pagaba mi consumición. Francis le decía algo así como "...and don't bring this fucking spanish again".
Paso de cebra de Abbey Road Studios.
Ya en el coche, ofrecí a George abonarle mi copa de vino, pues no quería que tuviese que cargar con mis platos rotos. Me respondió que no me preocupase, que nada podría nunca pagar lo que se había reído. "Por cierto" añadió, "Francis era tu compañero de partida".

to be continued... (continuará)